El nombre de casillas lo recibían oficialmente unas pequeñas casas construidas -al mismo tiempo que el ferrocarril- junto a las vías del tren a la segunda mitad del siglo XIX. Estas casillas tipificadas eran unos perfectos hogares de reducidas dimensiones, habitadas por casilleros y su familia. La tarea de estos casilleros era la del mantenimiento de un determinado tramo de vía férrea.
F.1 Estacion de Garcia
F.2 Casilla entre Borges del Camp y Botarell F.3, 4 Interior de la casilla de F.2
El párrafo anterior sirve de introducción a los pensamientos que me invaden desde hace un año en mis viajes de tren de Borges del Camp a Ascó. Este bello tramo, perteneciente al trayecto de Barcelona a Madrid, contiene un paisaje muy montañoso y accidentado. Así, pasada la estación de Botarell, la línea gana en altura y al salir del largo túnel – la mina, como se decía en el pasado- de Argentera, se alcanza el punto más alto de este trayecto; después, desde la estación de Pradell, sin darse uno demasiada cuenta, el terreno baja hasta la llanura del Ebro, prácticamente la única excepción de los parajes abruptos del viaje: aquí se sitúa la bien cuidada estación de primer orden, Mora la Nueva. Pasada ya la abandonada estación de García, la línea corre acompañada por el Ebro adentrándose en el paisaje salvaje y rocoso de Pas d’Ase.
F.5 Casilla del Pas d’Ase
F.6 Casilla cerca de Falset
F.7, 8 Casilla entre Botarell y Duesaigües y su interior
F.9, 10 La sufrida casilla antes de llegar a Ascó
F.11, 12 La casilla despues de llegar a Ascó
F.13, 14 Casilla junto al viaducto de Duesaigües
Dado el complejo relieve del recorrido, éste está sembrado de túneles, con un que otro espectacular viaducto, con puentes y kilómetros de taludes consolidados con muros ciclópeos. Las vías están acompañadas de antiguos y harmoniosos edificios de estaciones y de numerosas edificaciones auxiliares, entre ellas las casillas del tren. Todo el conjunto de esta arquitectura industrial está diseñado por diversos ingenieros en perfecta sintonía con la naturaleza. Quizá esta sintonía no entraba entre los propósitos o intensiones destacables de los constructores, no obstante, la integración de la obra humana en la naturaleza es perfecta.
F.15, 16 Casilla entre Mora la Nova y Garcia, rodeada de huerto, arboles frutales y rosales
Con el paso del tiempo la modernización del mantenimiento hizo innecesaria la estancia de los casilleros en las casillas; éstas, una vez desaparecido su uso y abandonadas por sus habitantes, comenzaron su imparable decadencia como viviendas. Es una pena, porque estas casillas -que no paran de atraerme quizás por el recuerdo de las casitas de muñecas con las que soñé de pequeña- están hechas, aparte de los ladrillos, de piedra o mortero, de muchos acontecimientos, que vivieron sus pretéritos moradores (como, por otra parte, todo lo construido por el hombre). Mirando por la ventana del tren y viendo pasar estas casillas solitarias, con sus tejados despeinados, ventanas rotas y las entradas sin puertas, pienso que en una de ellas podría haber vivido y jugado la niña del cuento de libro viejo de mi amiga Nuria:
En una casilla del tren vivía una niña con su padre casillero. La noche de Navidad el padre tenia que salir y la niña se quedó sola, adornando el árbol de navidad. De repente oyó un fuerte estruendo, se asustó y salió corriendo de la salita a ver que pasaba. Cual fue su susto cuando, pasado el túnel cercano, vio una gran piedra desprendida de la montaña y caída sobre la vía. La niña sabia que a esta hora, pronto debería pasar un tren; pensó y pensó que hacer y recordó que su padre le decía, que si hay un obstáculo en la vía, debe hacerse una señal luminosa unos 400 m ante de este, para que el tren tenga tiempo de frenar. No se lo pensó dos veces, corrió a su casa, cogió su árbol de navidad, lo coloco en la vía y le prendió fuego justo al tiempo para avisar el tren que se paró sin ningún percance. Al ver los pasajeros el peligro que corrieron y cómo la valiente niña les salvo, se alegraron mucho, la abrazaron y el maquinista le regaló un bello abeto para que lo adornase en su casita. Pronto regresó también el padre que trajo a su hijita un corderito como regalo.
Las casillas nos transportan, como el resto de las construcciones ferroviarias -todas ellas de alta cualidad compositiva y constructiva- a los orígenes de la línea del tren. Por suerte muchas de estas construcciones cumplen sus funciones igualmente que en aquel tiempo remoto. Pero otras ya han perdido el uso como la bella y abandonada estación de García y como casi todas las casillas que ahora estan sumergidas, en el total olvido, en sus recuerdos. En mis viajes siempre pongo atención entre las estaciones de Mora y García para ver una casilla alegre: está bien pintada y cuidada, rodeada de flores, árboles frutales, con un emparrado a la entrada y –que es importante- debidamente vallada hacia la vía del tren; o sea la casilla vive porque está habitada, aunque sea temporalmente, a diferencia de sus muchas hermanas tristes por estar abandonadas. Esta casilla es un ejemplo de que su tipología de pequeña vivienda sigue válida. Aquí me gustaría apuntar que es verdad que cada generación humana vivía la degradación y desaparición de construcciones de la época anterior, pero a diferencia del presente, siempre existieron suficientes artesanos que construyeron nuevos edificios a conciencia, por así decirlo, para que durasen una eternidad. Por esto seria bueno mantener las sólidamente construidas casillas con vida, dándoles un nuevo uso, ya sea como vivienda temporal, refugio de excursionistas o alojamiento rural.
F.17 Una paloma blanca de la casilla alegre
Evidentemente estas casillas no son unas arquitecturas trascendentales, pero son bien proporcionadas y simpáticas, sería una lástima que desapareciesen; mas bonito seria ver las un día todas alegres.